miércoles, 2 de febrero de 2011

SOBRE EL SOCIALISMO. LA DICTADURA DEL PROLETARIADO (I)

Durante la Revolución de 1848, que se extendió por buena parte de Europa (Francia, Alemania, Imperio Austro-húngaro e Italia) la clase obrera apareció por primera vez como clase diferenciada de la burguesía en lo ideológico, lo político y lo organizativo. Como una clase con intereses propios. Como un nuevo sujeto político. Ese papel del proletariado como clase independiente se pondría de manifiesto aún con mayor evidencia con motivo de la breve experiencia de la Comuna de París (18 de marzo a 28 de mayo de 1871) que, de hecho, fue la primera revolución proletaria.

De ella diría Carlos Marx: “El París de los obreros con su Comuna, será eternamente ensalzado como heraldo glorioso de una nueva sociedad. Sus mártires tienen su santuario en el gran corazón de la clase obrera” [La Guerra Civil en Francia]. Desde entonces, el poder de la clase obrera y la actitud hacia esta cuestión se han convertido en un elemento esencial para todo el movimiento revolucionario.

En vísperas de la Revolución de Octubre en Rusia, Lenin lanzó la consigna de “todo el poder a los soviets”. En ella se sintetizaba, de forma magistral, la idea de  implantar un nuevo poder político que estuviera en manos de la clase obrera o, lo que es lo mismo, de implantar la dictadura del proletariado.

Sobre ella, escribió Marx:

“Entre la sociedad capitalista y la sociedad comunista media el periodo de transformación revolucionaria de la primera en la segunda. A este periodo corresponde también un periodo político de transición, cuyo Estado no puede ser otro que la dictadura revolucionaria del proletariado” [1].

1.- Necesidad de la dictadura del proletariado

Ahora, vamos a analizar con algo más de detenimiento este concepto clave de la teoría marxista. No vamos a ocultar que se trata de un término un tanto controvertido. Sin embargo, podemos decir que es la “piedra angular” de la teoría marxista. Refiriéndose a este concepto, Lenin dijo que:

“Marxista sólo es el que hace extensivo el reconocimiento de la lucha de clases al reconocimiento de la dictadura del proletariado. En ello estriba la más profunda diferencia entre un marxista y un pequeño (o un gran) burgués adocenado” [2].

Pero, ¿por qué es necesaria la dictadura del proletariado? Imaginémonos, por un momento, que un partido obrero, un partido comunista, llegase al gobierno en un país capitalista. ¿Qué capacidad de acción tendría? ¿Cómo podría impulsar la transformación revolucionaria de la sociedad, en el terreno económico, en el político y en el social?

La respuesta es evidente. En el marco de un Estado burgués sólo podría limitarse a ser un gestor (más o menos eficaz) de los intereses del capital. Y, en  caso de que se atreviese  a sobrepasar los límites impuestos por el Estado burgués, y por su legalidad, sería desplazado del gobierno, ya sea pacíficamente o, si fuese preciso, por la fuerza. Tenemos varios ejemplos de ello en la historia, y eso que no se trataba de gobiernos revolucionarios sino tan sólo de gobiernos progresistas, de izquierda.

Actuando dentro de los estrechos márgenes impuestos por el poder de la burguesía, por muy democrático que este fuese, la clase obrera no podría nunca alcanzar una correlación de fuerzas plenamente favorable para modificar las relaciones de producción capitalistas ya que se vería constreñida por la propia organización de la burguesía como clase dominante.

Sólo destruyendo esa madeja de relaciones burguesas, desarticulando esa organización social y política, podrá abordar la clase obrera las tareas históricas que le corresponden en virtud del lugar que ocupa en el proceso de producción. Para ello es necesario que el poder de la burguesía sea sustituido por el poder revolucionario del proletariado.  

Algunas aclaraciones necesarias

Habitualmente, el término “dictadura” suscita ideas relacionadas con el autoritarismo y la arbitrariedad, con el despotismo y la tiranía, o con el totalitarismo. Se relaciona inmediatamente con la falta de libertades y derechos democráticos más elementales. Por eso, de entrada, conviene dejar bien claro que, cuando en la teoría marxista se utiliza el término “dictadura del proletariado”, es para hacer referencia al poder revolucionario de los trabajadores. De hecho, se emplea dicho término para expresar la esencia [3], la naturaleza del Estado y para resaltar la diferencia radical (esencial) que existe entre un Estado burgués y un Estado socialista. Sobre esta cuestión, Lenin dijo con toda claridad que:

“Las formas de los Estados burgueses son extraordinariamente diversas, pero su esencia es la misma: todos esos Estados son, bajo una forma o bajo otra, pero, en última instancia, necesariamente, una dictadura de la burguesía. La transición del capitalismo al comunismo no puede, naturalmente,  por menos de proporcionar una enorme abundancia y diversidad de formas políticas, pero la esencia de todas ellas será, necesariamente, una: la dictadura del proletariado” [4].

Como vimos en el artículo anterior, sobre los aspectos generales del socialismo, las condiciones concretas (económicas, políticas, sociales, culturales, psicológicas, etc.) que hoy tenemos en Euskal Herria, son muy diferentes a las que había en aquellos países en los que triunfó la revolución. Por eso, el socialismo que desarrollaremos en Euskal Herria, tendrá unas características específicas, unos rasgos propios. Sin embargo, su esencia también será, necesariamente, la dictadura del proletariado.

La concepción marxista del socialismo, difiere sustancialmente de eso que algunos denominan “socialismo identitario”. Para estos, de lo que se trata es de “construir un modelo de desarrollo alternativo para Euskal Herria”, un modelo que consideran  “posible” y diseñado, “sobre todo, no desde parámetros maximalistas e irrealizables” [5], como al parecer pretendemos quienes queremos acabar de raíz con el capitalismo. En definitiva que de lo que tratan, quienes defienden ese pretendido “socialismo identitario”, es de cambiar el modelo, pero sin cambiar el sistema.

2.- Democracia burguesa o democracia socialista

A priori, podríamos afirmar que al igual que la dictadura de la burguesía se puede dar bajo distintas formas (desde las democrático parlamentarias a las más autoritarias e incluso fascistas), sin perder por ello su esencia; la dictadura del proletariado, también podría manifestarse bajo diversas formas, desde las más rígidas a las más flexibles y democráticas. Sin embargo, esta afirmación aunque aparentemente cierta, es profundamente falsa y puede inducir a peligrosos e irreparables errores. Ello es así porque, a diferencia del capitalismo y de la dictadura burguesa, que no requieren necesariamente de formas de dominación democráticas, el socialismo y la dictadura del proletariado necesitan, imprescindiblemente, de la democracia.

Lenin era muy consciente de la importancia de la democracia en la lucha por el socialismo, tanto en el periodo anterior a la toma del poder por el proletariado como una vez que hubiese triunfado la revolución. En ese sentido, dijo:

“…, así como es imposible un socialismo victorioso que no realizara la democracia total, así no puede prepararse para la victoria sobre la burguesía un proletariado que no libre una lucha revolucionaria general y consecuente por la democracia” [6].

El  hecho de que, históricamente, en los países socialistas no haya ocurrido así, responde a unas determinadas circunstancias concretas y, precisamente el que esos regímenes políticos no fueran suficientemente democráticos es una de las razones fundamentales que posibilitaron que en ellos se constituyese una nueva clase explotadora, la burguesía burocrática (o burguesía de Estado) que acabó haciéndose con el poder y restaurando en ellos el capitalismo. Por ese motivo,  la dictadura del proletariado debe ir indisolublemente ligada a la más amplia y profunda democracia socialista.

El marxista francés Charles Bettelheim, que dedicó gran parte de su vida a estudiar las experiencias revolucionarias en los antiguos países socialistas, especialmente en la URSS y en China, nos dice sobre esta cuestión:

“De una manera general, las limitaciones a la libertad de expresión, de información y de discusión (en el partido y en el conjunto de la sociedad) concebidas como una “protección” del carácter revolucionario del poder se transforman muy fácilmente en su contrario. Permiten, no sólo la formación de camarillas y el desarrollo de la corrupción y el nepotismo sino, más grave aún, son favorables a la toma del poder por la burguesía de Estado. Un golpe de Estado realizado por esta última le permite utilizar fácilmente las limitaciones impuestas a la democracia para reprimir a los revolucionarios. Hoy, la experiencia de China, después de la de la URSS, no pueden dejar ninguna duda a este respecto”. [7].

Como sabemos, “la emancipación de los trabajadores solo puede ser obra de los trabajadores mismos”. Por eso no se puede obstaculizar la actividad de las masas, ni poner impedimentos a la libre organización de los trabajadores.
Una nueva democracia

La democracia socialista y la democracia burguesa son, por definición, cualitativamente distintas. Ello se debe a que ambas son diferentes en su esencia, en su naturaleza. Por esa razón, la democracia socialista no puede ser una democracia formal, en la que simplemente se reconozcan unos derechos y libertades (de asociación, de reunión, de expresión, de manifestación, etc.) como ocurre en la democracia burguesa, en la que aparentemente todos los ciudadanos somos “iguales ante la ley” y todos gozamos de “los mismos derechos y deberes”, pero donde esa igualdad legal oculta y refuerza la desigualdad real entre los pobres y los ricos, entre los explotados y los explotadores.

En la democracia burguesa, quienes verdaderamente pueden ejercer su derecho de asociación y de reunión son los representantes de la clase dominante, que son quienes cuentan con los mejores locales para celebrar sus reuniones (salones de los clubs sociales y de los hoteles de lujo, sedes patronales, etc.) y no se ven obligados a pedir prestados los locales parroquiales, o a celebrar las reuniones en lonjas destartaladas y muchas veces insalubres, en bares y cafeterías, o a realizarlas en el monte.

En la democracia burguesa, se confunde interesadamente la libertad de expresión con la intoxicación informativa, la manipulación de la opinión pública, etc., cuando los principales medios de comunicación (prensa, radio, tv, etc.) son propiedad de grandes grupos financieros que controlan y monopolizan la difusión de las noticias y de las opiniones favorables al sistema. Cuando todos esos medios de comunicación ignoran deliberadamente todas aquellas cuestiones que afectan verdaderamente a las masas trabajadoras y son de interés general para el pueblo, o presentan únicamente su visión distorsionada y partidista de cualquier acontecimiento.

En lo que respecta a los medios de comunicación denominados “públicos”, por estar en manos del Estado burgués (en sus diferentes niveles administrativos: central, regional, local, etc.), también se puede decir que cumplen la misma función que los que se encuentran en manos de grupos de capitalistas privados, aunque formalmente traten de guardar algo más la apariencia de “imparcialidad”.

En general, los sindicatos obreros de clase, los colectivos juveniles, los grupos ecologistas, los movimientos de mujeres, etc. etc., no cuentan con medios propios para difundir sus ideas y propuestas entre las masas y deben recurrir a los carteles, a los blogs de contra-información en Internet, etc., para hacerse oír de alguna manera, pero con una capacidad de difusión incomparablemente menor de la que tienen los grandes medios en poder de la burguesía.     

A diferencia de este tipo de “democracia”, el socialismo y la dictadura del proletariado deben garantizar una democracia real y efectiva para las masas, para el conjunto del pueblo trabajador. Sin embargo, la historia nos enseña que, en los antiguos países socialistas, la democracia no fue tal como la pintaba la propaganda oficial, sino que fue bastante efímera.

3.- La experiencia rusa

Es sabido que, a pesar de las durísimas condiciones que tuvieron que afrontar el proletariado y el partido bolchevique, los primeros años del poder revolucionario fueron los más democráticos de la historia soviética.

En primer lugar, debemos referirnos a la alianza inicial entre bolcheviques y social-revolucionarios de izquierda, que se puso de manifiesto a partir del Segundo Congreso de los Soviets de toda Rusia (26/27-10-1917) y con la entrada de los eseristas de izquierda en el gobierno soviético (18-11-1917).

Sin embargo, la firma del Tratado de Brest Litovsk (3-3-1918) con Alemania, al que se opusieron firmemente los eseristas de izquierda, y las diferencias con los bolcheviques acerca de la cuestión campesina (los primeros se apoyaban en los campesinos, en general, sin distinguir en ellos a sus distintas capas; mientras que los bolcheviques se apoyaban en los campesinos pobres, más cercanos al proletariado), les llevaron a abandonar el gobierno revolucionario, coincidiendo con la ratificación del Tratado de Brest Litovsk por parte del IV Congreso de los Soviets (15-3-1918) y a asesinar al embajador alemán, conde Mirbach (6-7-1918), desencadenando un intento de golpe de Estado contra los bolcheviques, que sería aplastado después de varios días de combates. Motivos por los que el partido eserista de izquierda fué ilegalizado en agosto de 1918. De esta manera, las circunstancias históricas condujeron al unipartidismo en Rusia, ya que el resto de los partidos burgueses y reformistas, entre ellos lo eseristas de derecha, se habían unido a la contrarrevolución [8].

Después del triunfo de la Revolución de Octubre, el gobierno soviético diferenció entre los partidos burgueses y los de la pequeña burguesía. Mientras contra los primeros se establecieron limitaciones y fueron objeto de vigilancia e, incluso, a partir del inicio de la guerra civil, debido a que optaron por apoyar abiertamente la contrarrevolución, fueron prohibidos; no ocurrió lo mismo con los segundos. De cara a estos últimos, y con objeto de eliminar su influencia sobre las masas, únicamente se planteó la lucha ideológica y política. 

A pesar de todo, Lenin consideraba que la restricción de derechos a la burguesía debía ser limitada. Por ejemplo, se dio el caso del partido demócrata constitucionalista (cadete), que continuó existiendo legalmente hasta finales de noviembre de 1917. Pero, además, después de haber sido ilegalizado, debido al apoyo que prestó a la insurrección contrarrevolucionaria de Kaledin, el periódico de este partido (Svoboda Rosii) continuó publicándose legalmente hasta finales del verano de 1918, en plena guerra civil  y sólo fue prohibido cuando esta alcanzó su mayor agudeza [9]

Sobre la cuestión de la restricción de los derechos a la burguesía, Lenin escribía en octubre-noviembre de 1918, lo siguiente:

“Pero sería un error asegurar por anticipado que las futuras revoluciones proletarias de Europa, todas o la mayor parte de ellas, originarán necesariamente una restricción del derecho de voto para la burguesía. Puede suceder así..., pero no es indispensable para el ejercicio de la dictadura, no constituye un rasgo imprescindible del concepto lógico de dictadura, no es condición indispensable del concepto de dictadura en el terreno histórico y de clase” [10].

Más tarde, con ocasión de la celebración del X Congreso del Partido Comunista (8/16-3-1921), y ante la situación de inestabilidad surgida a raíz de la sublevación de la guarnición de Kronstadt (2/17-3-1921), la dirección del partido prohibió la formación de corrientes y plataformas fraccionales en el seno de éste [11].  Esa resolución no iba dirigida a impedir el libre debate dentro del partido, sino que se trataba de una medida coyuntural, meramente transitoria, y que únicamente se justificaba por las graves circunstancias del momento.

Sin embargo, esa restricción de la libertad de expresión se interpretó de forma abusiva y unilateral, aplicándose desde ese momento como una norma general de funcionamiento del partido e, incluso, se hizo extensiva a otros partidos de la Internacional Comunista.

Por otra parte, la democracia soviética había quedado seriamente debilitada como consecuencia de la guerra civil y la dureza de las medidas económicas adoptadas durante el periodo del “comunismo de guerra”. Sobre esta cuestión, Charles Bettelheim dice que:

“El sistema de los soviets –en tanto que organizaciones impulsadas por las masas populares- queda paralizado. La administración del país está, a todos los niveles, en manos de aparatos que ya no se encuentran bajo el control directo de los trabajadores” [12].

4.- La experiencia china

En abril de 1956, Mao se pronunció abiertamente a favor de la existencia de una pluralidad de partidos:

“¿Qué es mejor: que haya un solo partido o varios partidos? Por lo que hoy parece, es preferible que haya varios. Esto no sólo es válido para el pasado, sino que puede serlo también para el futuro; significa coexistencia duradera y supervisión mutua.

En nuestro país, siguen existiendo los numerosos partidos democráticos que se formaron durante la resistencia al Japón y la lucha contra Chiang Kai-shek y que se componen principalmente de elementos de la burguesía nacional y de su intelectualidad. En este punto, nuestra situación difiere de la que existe en la Unión Soviética. De manera consciente permitimos que subsistan los partidos democráticos, les brindamos oportunidades para expresarse y aplicamos para con ellos la política de unidad y lucha”

“… Puesto que subsisten en China las clase y la lucha de clases, es imposible que no exista la oposición en una u otra forma” [13].

Los partidos democráticos [14] tuvieron una vida lánguida y, prácticamente, se fueron extinguiendo. Pero, a raíz de la muerte de Mao (septiembre de 1976), los nuevos dirigentes chinos los volvieron a reavivar, con objeto de dar una apariencia democrática formal a la vía de restauración capitalista que habían emprendido.

En el caso de China, se puede afirmar que la democracia socialista alcanzó su máximo desarrollo durante los primeros meses de la Revolución Cultural [15], que se desarrolló entre 1966 y 1976. Sin duda alguna, la eclosión de todo tipo de organismos populares de masas, la proliferación de críticas abiertas hacia muchos de los cuadros dirigentes (que seguían la línea burguesa), tanto en la prensa y en la radio como en panfletos, carteles murales (dazibaos), etc., constituyeron la prueba más evidente de ello. Pero su mejor exponente fue el episodio de la Comuna de Shanghai.

Durante todo el año 1967, tuvieron lugar importantes y decisivos acontecimientos.
En algunas ciudades industriales como Shanghai, Tientsin y el Nordeste de China, se multiplicaban los comités de fábrica. Se asiste a la creación de un “doble poder” en numerosas empresas, en las que estos comités se enfrentan a los “grupos de producción”, formados especialmente por cuadros y técnicos. A finales de diciembre, se produciría el desmoronamiento de estos últimos.

En Shanghai, junto a los comités de fabrica, también surgen los llamados “cuarteles generales”, enfrentados al Comité Municipal del PCCh, al que acusaban de revisionismo. Sin embargo, los “cuarteles generales” no lograban entenderse y llegar a acuerdos entre ellos. A principios de enero de 1967 y tras haberse realizado varios mítines gigantescos, alguno de ellos con una participación de más de un millón de trabajadores, se logra la dimisión del Comité Municipal del Partido [16]. 

El 11 de enero de 1967, treinta y dos organizaciones revolucionarias llegaron a un acuerdo y publicaron un “Comunicado urgente” a toda la población de la ciudad, en el que se hacía una propuesta en diez puntos, manifestando su intención de asestar un duro golpe a la “línea reaccionaria burguesa”, y en el que se derogaban muchos de los decretos que habían sido promulgados anteriormente por el Comité del Partido y el Gobierno municipal de la ciudad [17]. El documento fue publicado y comentado por la mayoría de la prensa china. Hasta el propio Mao lo presentó como un modelo.

Pero la situación se alarga. El 5 de febrero, en un mitin en el que llegaron a participar un millón de trabajadores, los oradores declararon que tanto el Comité municipal del partido, como el Gobierno de la ciudad habían sido destituidos, y que habían sido sustituidos por un nuevo órgano de poder, la Comuna [18]. Pero, a diferencia de lo ocurrido con ocasión de la publicación del “Comunicado urgente”, la mayor parte de la prensa china no celebra y apenas comenta la creación de la Comuna de Shangai, ni de otras que se constituyeron posteriormente, como la de Taiyuan. El poder central no desautoriza la creación de la Comuna de Shanghai pero, tampoco la “reconoce” oficialmente. Unos veinte días después de su constitución, la Comuna dejó de existir y fue sustituida por un “Comité Revolucionario”.

Este nuevo organismo estuvo presidido por Chang Chun-chiao, que hasta ese momento había trabajado en la organización de la Comuna, siguiendo las indicaciones del Grupo del Comité Central Encargado de la Revolución Cultural, y contando con la aceptación de todas las organizaciones fundadoras [19]. Al igual que en Shanghai, también se abandona la forma organizativa de la Comuna en las otras ciudades en las que se habían llegado a constituir. ¿A qué fue debida esta marcha atrás?

La única explicación parece hallarse en el discurso que pronunció Chang Chun-chiao el 24 de febrero de 1967, en el que daba cuenta de las observaciones de Mao sobre la creación de la Comuna de Shanghai. Según este, Mao no se cuestionaba los principios en base a los que se constituyó la Comuna, sino que se interrogaba sobre si el proceso seguido para su formación había sido correcto. Mao dudaba sobre la viabilidad que podría tener la aplicación del modelo de la Comuna de París a una ciudad industrial como era Shangai, que en aquella época era el núcleo obrero más importante de China. Además, también se preguntaba sobre los problemas internacionales que podría plantear el que por toda China se extendiese y se generalizase la nueva forma de poder [20]. En realidad, lo que planteaba Mao no era un “condena” de la forma organizativa de la Comuna, sino que estaba haciendo un llamamiento a la prudencia.

Pero la mayor duda de Mao, lo que más le inquietaba, era la cuestión del Partido. El adoptar una nueva forma de poder político, como era la de la Comuna, unido a la tendencia de algunos sectores radicales a “derrocar a todas las personas responsables”, le llevaba a hacerse una pregunta sobre si el Partido todavía seguiría siendo necesario. En ese sentido, Mao consideraba que hacía falta “un núcleo de bronce, para reforzarnos en el camino que nos queda por recorrer” [21].

En realidad, en los meses de enero-febrero de 1967, se produjo un “punto de inflexión” en el desarrollo de la Revolución Cultural. Mao y el resto de dirigentes que la impulsaban, no se atrevieron a profundizar más en ella, pues las consecuencias eran imprevisibles. De esta manera, en 1967 se inicia un proceso de “involución” que, en palabras de Bettelheim, se caracteriza por “una serie de retrocesos jalonados de contraofensivas parciales, cada vez menos eficaces” [22].

5.- La percepción de estas experiencias en Occidente

En Euskal Herria, al igual que en una buena parte de los países que constituyen su entorno geográfico (que actualmente forman parte de la UE) existe una arraigada tradición democrática. En Europa Occidental tuvieron lugar las revoluciones burguesas inglesas (1648 y 1688) y francesa (1789), las revoluciones liberales de 1820 y 1830, así como la revolución de 1848, de la que ya hemos hablado antes.

En varios de estos países se desarrolló una fuerte lucha de resistencia antifascista durante la ocupación alemana e italiana. En el caso de Euskal Herria, además de la lucha de resistencia contra la ocupación nazifascista en Iparralde, en Hegoalde se desarrolló una larga y dura lucha contra la dictadura franquista. Sin embargo, a pesar del peso indudable que en todos estos movimientos tuvo la clase obrera de los distintos países europeos, ha sido la burguesía quien ha patrimonializado la lucha por las libertades democráticas y la que trata de aparecer como la abanderada de la democracia. Por eso, en estos países se considera a la democracia burguesa como la “democracia” por antonomasia. 

La principal percepción que se tenía en los países de Europa Occidental sobre la situación política en los llamados países socialistas, era su falta de libertades democráticas. Y, aunque en buena medida esta imagen era producto de la intensa propaganda burguesa, también hay que decir que los propios PC europeos contribuyeron mucho a la creación de dicha imagen ya que durante muchos años identificaron la dictadura del proletariado con el régimen político que existía en la URSS. Justificaban el unipartidismo recurriendo al término peyorativo de “partitocracia”, que usaban para definir (despectivamente) a los regímenes democrático burgueses de algunos países capitalistas occidentales. Así, con ello, “hacían de la necesidad virtud”.

Por eso, la propaganda burguesa (que generalmente  aprovecha todos los defectos, errores, fallos, limitaciones y deformaciones que pudiera haber, y que hubo, en la URSS y en el resto de los antiguos países socialistas, para desprestigiar y combatir al socialismo), lo tuvo muy fácil. Además, una serie de hechos históricos como la “desestalinización”, llevada a cabo a partir del XX Congreso del PCUS (febrero de 1956), la intervención rusa en Hungría (octubre-noviembre de 1956), la invasión de Checoslovaquia (agosto de 1968), que fueron hábilmente utilizados por la burguesía, contribuyeron a crear esa imagen que identificaba el socialismo con la imposición y la falta de libertades democráticas y nacionales.

Pero, si ocurría esto con las noticias que llegaban procedentes de los países del este de Europa, a fin de cuentas relativamente próximos a nosotros, la imagen que los trabajadores occidentales tenían de lo que ocurría en otros países socialistas más lejanos, como China o los del Sudeste de Asia, estaba aún más deformada. Ese es el caso de todo lo concerniente a la Revolución Cultural china.

La ideología dominante, ha sido capaz de ocultar la esencia del poder de la clase explotadora (la dictadura de la burguesía), mientras que por otra parte ha ido dando un significado negativo al término de dictadura del proletariado y lo ha ido diluyendo en el concepto general de “dictadura”, identificando esta con la falta de libertad y con el dominio de la fuerza, la coerción y la violencia. Y lo ha conseguido de tal forma que la sola idea de la dictadura del proletariado suene mal a los trabajadores,  logrando que identifiquen la democracia burguesa con la libertad y la dictadura del proletariado con dictadura.

6.-Democracia socialista para Euskal Herria

La realidad social, política, económica y cultural de Euskal Herria, es muy distinta de la que había en Rusia y China cuando en esos países se hizo la revolución. Pero, además, la sensibilidad democrática de nuestro pueblo, desarrollada y enriquecida a través de largos años de lucha contra el franquismo, por la construcción nacional y la transformación social, no es proclive a implantar un poder revolucionario que no esté basado en la más amplia democracia socialista.

En Euskal Herria, al igual que en otros países de nuestro entorno, debemos tener muy en cuenta que para ganar a los trabajadores y trabajadoras para la causa revolucionaria, no sirve el promover el recuerdo y la nostalgia de unos regímenes que, en su momento, tuvieron una escasa aceptación en el proletariado occidental.

Aunque es completamente necesario estudiar esas experiencias, para aprender de ellas (tanto de sus aciertos como de sus errores), no nos sirven como modelo a emplear en nuestro trabajo político. Debemos tener muy claro que para ganarnos a las masas trabajadoras, el socialismo tiene que ser un proyecto político que resulte atractivo e ilusionante, y los regímenes del “socialismo real” no lo eran, en modo alguno, salvo para una exigua minoría.

Por eso, a la hora de explicar una  cuestión tan esencial como es la de la dictadura del proletariado, además de hacer hincapié en que con ese término se hace referencia al poder de los trabajadores, debemos recalcar de forma especial el aspecto de la democracia socialista.  


NOTAS:

1.- Carlos Marx. “Crítica del programa de Gotha”. O.E. de Marx y Engels (Tomo 2). Editorial Fundamentos. Madrid, 1975. Pág. 25.

2.- V. I. Lenin. “El Estado y la revolución”. O.E. (Tomo 2). Editorial Progreso. Moscú, 1970. Pág. 320.

3.- En la filosofía marxista (Materialismo dialéctico), la esencia es una categoría filosófica que se presenta constituyendo una unidad (mediante una relación dialéctica de mutua interdependencia, es decir formando parte de una contradicción) con la de fenómeno, de tal forma que la primera de ellas es el aspecto principal de la misma. La esencia constituye el conjunto de las propiedades más profundas y estables, y de las relaciones del objeto (ya pertenezca éste al ámbito de la naturaleza o al de la sociedad). Es determinante de su origen, de su carácter y de la dirección en que se desarrolla. Por su parte, el fenómeno constituye un conjunto de propiedades y relaciones diversas del objeto, externas, móviles, cambiantes, inmediatamente accesibles a los sentidos, y representa el modo en que se manifiesta o se revela la esencia.

El hecho de que la esencia y el fenómeno constituyan una unidad, hace que no puedan existir esencias “puras”, que no se manifiesten, o que tampoco haya fenómenos que carezcan de esencia, que no sean una manifestación de una esencia. La unidad dialéctica (contradicción) entre esencia y fenómeno se revela en que, en determinadas condiciones,  la una se pueda transformar en el otro y viceversa.

El que ambas categorías formen parte de una contradicción, hace que una de ellas (la esencia) aparezca como lo determinante y la otra (el fenómeno) como lo determinado. Esta última, se da de manera inmediata, mientras que la primera está más oculta, no aparece de inmediato. En cuanto a los rasgos que presenta cada una de estas categorías, hay que decir que el fenómeno es más “rico” y variado  que la esencia y que ésta es más “profunda” que aquel. Por ejemplo, es el caso de las distintas manifestaciones con que se puede presentar el poder de la burguesía. Una misma esencia (la dictadura de la burguesía) que se puede manifestar desde unas formas autoritarias o fascistas hasta otras democrático-parlamentarias.

La esencia de un objeto es siempre la misma, aunque se manifieste en una multiplicidad, en una diversidad, de fenómenos. Por su parte, el fenómeno es más móvil, cambiante y versátil, que la esencia. Puede ocurrir que un mismo fenómeno sea manifestación de esencias distintas y hasta opuestas. Por ejemplo, es el caso de la Revolución Cultural en China y la lucha de líneas que se dio en ella, era una manifestación de las contradicciones que se daban en el seno de la sociedad entre las fuerzas que trataban de proseguir la transformación social y las que trataban de restaurar el capitalismo.

También puede ocurrir que el fenómeno pueda expresar la esencia de manera inadecuada o tergiversada. En ese caso, nos encontraríamos ante una apariencia. Por ejemplo, es el caso de los llamados países de “socialismo real”, que eran socialistas en apariencia pero que, en esencia, eran países de capitalismo burocrático de Estado.

Sin embargo, no sólo existe una contradicción entre la esencia y el fenómeno, sino que también existe en el interior de la propia esencia. Este tipo de contradicción es la más profunda y, por tanto, fundamental, del objeto y por ello es la que determina su desarrollo general. Por ejemplo, es el caso de la contradicción entre la burguesía y el proletariado, que se sigue dando durante el periodo de transición y que hace que durante el mismo se siga desarrollando la lucha de clases.
 
4.- V. I. Lenin. Obra citada. Pág. 321.

5.- Ver el artículo de Eusebio Lasa Altuna: “Independencia: necesidad económica” (GARA 13-12-2010). El autor de este artículo, también es colaborador en el libro de Nekane Jurado “Independencia, de reivindicación histórica a necesidad económica”. Editorial Txalaparta. Tafalla, 2010.

6.- V. I. Lenin. “La revolución socialista y el derecho de las naciones a la autodeterminación” (1916). De la colección de folletos: Tres artículos de Lenin sobre los problemas nacional y colonial. Ediciones en Lenguas Extranjeras. Pekín, 1975.

7.- Charles Bettelheim. “China hoy: cambios políticos y lucha de clases (Segunda parte)”. Publicado en Monthly Review-Selecciones en castellano (julio/agosto 1978). Barcelona. Nota (65). Pág. 136.  

8.- La guerra civil (1918-1920) ya había comenzado. Se había producido la sublevación de los cosacos contra el gobierno soviético (6 de mayo) y también se había levantado en armas la “legión checoslovaca” (25 de mayo).

9.- Ver: Charles Bettelheim. “Las luchas de clases en la URSS. Primer periodo (1917-1923)”. Editorial Siglo XXI. Madrid, 1976. Págs. 231-233.

10.- V. I. Lenin. “La revolución proletaria y el renegado Kautsky”. O.E. (Tomo 3). Editorial Progreso. Moscú, 1970. Págs. 85-86.

11.- Sobre esta cuestión, así como sobre la relación entre los bolcheviques y Socialistas Revolucionarios de izquierda y, en general, sobre la evolución de la democracia soviética, se pueden consultar las siguientes obras:

·         Umberto da Cruz. “Lenin y el partido bolchevique”. Miguel Castellote Editor. Madrid, 1976.
·         Gerard Walter. “Lenin”. Ediciones Grijalbo. Barcelona, 1972.
·         Charles Bettelheim. “Las luchas de clases en la URSS. Primer periodo (1917-1923)”. Editorial Siglo XXI. Madrid, 1976.
·         Charles Bettelheim. “Las luchas de clases en la URSS. Segundo periodo (1923-1930)”. Editorial Siglo XXI. Madrid, 1978.

12.- Charles Bettelheim. “Las luchas de clases en la URSS. Primer periodo (1917-1923)”. Editorial Siglo XXI. Madrid, 1976. Pág. 463.

13.- Mao Tse-Tung. “Sobre diez grandes relaciones”. O.E. (Tomo 5). Editorial Fundamentos. Pág. 321-323.

14.- Estos partidos son: el Comité Revolucionario de Kuomingtan de China (Minge), la Liga Democrática de China (Minmeng), la Asociación de la Construcción Democrática de China (Minjian), la Asociación para la Promoción de la Democracia de China (Minjin), el Partido Democrático Campesino y Obrero de China (Nonggongdang), el Zhigongdang de China, la Sociedad Jiusan (3 de Septiembre), y la Liga para la Democracia y Autonomía de Taiwan (Taimeng).

15.- Para estudiar los dos primeros años de la Revolución Cultural, resulta imprescindible el libro de K. H. Fan: “La revolución cultural china”. Ediciones ERA. México, 1970. En él se recogen los documentos, circulares y resoluciones más importantes del PCCh en dicho periodo, así como otros documentos polémicos. El autor ha situado todos ellos en las condiciones, ambiente y circunstancias concretas del momento.

16.- Charles Bettelheim. “China hoy: cambios políticos y lucha de clases (Segunda parte)”. Publicado en Monthly Review-Selecciones en castellano (julio/agosto 1978). Barcelona. Págs. 126-127.

17.- K. H. Fan. Obra citada. Págs. 207 a 215.

18.- Charles Bettelheim. Artículo citado. Pág. 127.

19.- Idem.

20.- De hecho, si la forma organizativa de la Comuna se hubiese extendido por todo el país, el Estado chino podría haber desaparecido como forma de organización política centralizada. En una situación internacional como la que existía en aquellos momentos, con el imperialismo yanqui interviniendo militarmente en Indochina y con el peligro potencial de estallido de un conflicto entre China y EEUU, como una posible consecuencia de aquel conflicto; con un enfrentamiento cada vez más radical con la URSS, con la que China mantiene una extensa frontera; y con un conflicto fronterizo latente con la India, con la que ya había tenido varios enfrentamientos armados en el pasado, es lógico pensar que cualquiera de estas potencias, o tal vez varias de ellas al mismo tiempo, podrían haber aprovechado la situación política interna china, el “vacío de poder” que se hubiera creado como consecuencia de la posible desaparición del Estado chino, para invadir y tal vez desmembrar aquel país. Ese era un peligro real.

Pero, otra posibilidad es que la generalización de una forma política de organización basada en la comuna, podría haber contribuido a la profundización de la democracia socialista y haber dado lugar a una nueva forma de dictadura del proletariado. De hecho, muchas de las organizaciones revolucionarias de masas que surgieron en aquellos momentos, como el Cuartel General de los Trabajadores Revolucionarios, el Comité Unido Rebelde de los Obreros de Shanghai, el Comando Unido Revolucionario de los obreros de Shanghai, etc., aunque se autodenominaban como “organizaciones de masas”, en realidad funcionaban como partidos revolucionarios.

21.- Citado por Charles Bettelheim en el artículo mencionado. Pág. 128.

22.- Idem.