miércoles, 7 de marzo de 2018

8 DE MARZO. DIA INTERNACIONAL DE LA MUJER TRABAJADORA



La versión más extendida de la conmemoración del 8 de Marzo como Día Internacional de la Mujer Trabajadora se remonta al año 1908 cuando, en el transcurso de una huelga que realizaban las trabajadoras de la fábrica Cotton de Nueva York, exigiendo una jornada de trabajo de 10 horas, salario igual al de los hombres y mejores condiciones higiénicas, las huelguistas fueron encerradas en la empresa por el patrón quien posteriormente le prendió fuego y, como consecuencia de ello, 129 trabajadoras murieron abrasadas. 

En base a estos hechos, en 1910, la II Internacional celebró en Copenhague una reunión de mujeres socialistas en la que a propuesta de la revolucionaria alemana Clara Zetkin, se aprobó celebrar el 8 de Marzo como Día Internacional de la Mujer Trabajadora.

Las mujeres, la chispa de la revolución

Sin embargo, los medios de comunicación al servicio de la burguesía, y también los reformistas, suelen ocultar que pocos años más tarde, el 8 de marzo de 1917 (el 23 de febrero, según el calendario juliano que entonces estaba vigente en Rusia), fueron precisamente las mujeres quienes también iniciaron el movimiento que dio lugar al derrocamiento del régimen zarista.

En aquellos momentos, Rusia estaba participando en la Primera Guerra Mundial. Una de las consecuencias directas del conflicto era la falta de alimentos en las ciudades. El 8 de marzo, precisamente el Día Internacional de la Mujer Trabajadora, las mujeres de Petrogrado salieron a las calles a exigir la igualdad de derechos, así como el fin de la guerra y de la autocracia zarista.

A causa de la guerra, muchos hombres habían sido enviados al frente. Por ello, en febrero de 1917, las mujeres constituían el 47% de la clase obrera en Petrogrado. Eran mayoría en la industria textil y en la del cuero, así como en otras ocupaciones que hasta entonces les habían estado vedadas, como el trabajo en las imprentas, en los tranvías y hasta en la industria metalúrgica (anteriormente reservada a los hombres) donde habían llegado a alcanzar la cifra de 20.000 trabajadoras.

Unos días antes, el 18 de febrero (3 de marzo), unos 30.000 obreros de las fábricas Putilov se habían declarado en huelga, exigiendo un aumento salarial y la readmisión de los compañeros despedidos. En el barrio de Viborg todo el mundo sale a la calle, y los trabajadores en huelga empiezan a mezclarse con las mujeres que hacen larguísimas colas para conseguir un poco de pan para sus familias.

En esta situación de hambre y miseria, las obreras textiles de Petrogrado se declararon en huelga. Las mujeres hacen llamamientos a parar el resto de las fábricas y a generalizar la huelga. Al grito de “¡queremos pan!” arrastran tras ellas a los obreros metalúrgicos del barrio de Viborg. Ese 23 de febrero (8 de marzo) ya había 90.000 obreros y obreras en las calles.

Las protestas se sucedieron durante varias semanas, sin que la represión lograse acabar con ellas. Con el paso de las horas, en algunos sectores del ejército comenzaron a aflorar las simpatías hacia los y las huelguistas. Antes que disparar a los manifestantes, algunos de los soldados prefirieron fusilar a sus oficiales y unirse a los motines.

El día 25 de febrero (10 de marzo), según datos del propio gobierno, el número de huelguistas (obreros y obreras) ya era de 240.000. Los enfrentamientos se agudizan y los estudiantes se unen con los trabajadores-as. Algunas mujeres, dando muestras de una gran decisión, se meten entre los soldados y tratan de convencerles para que, en vez de disparar contra los y las huelguistas, bajen las armas, cambien de bando y luchen contra el Zar. Algunos soldados se acaban sumando a la insurrección.

En la madrugada del día 26 (11-M) son detenidos cerca de cien personas pertenecientes a organizaciones revolucionarias, entre ellas cinco miembros de la dirección del partido bolchevique en Petrogrado. El gobierno pasa a la ofensiva y acentúa la represión.

Ese día, que era domingo, los obreros se concentraron a las puertas de las fábricas, y empezaron a dirigirse hacia el centro de la ciudad. Las fuerzas represivas disparaban contra las masas desde terrazas y ventanas. Aunque había patrullas de caballería y controles de soldados por toda la ciudad, los trabajadores y trabajadoras no retrocedieron y empezaron a defenderse. Los enfrentamientos dejaron un total de 40 muertos.

El gobierno zarista emplea a la caballería cosaca contra el pueblo trabajador, por ser los cosacos una de las tropas que gozan de su mayor confianza. Sin embargo, una vez más, las obreras toman la iniciativa. Rodeando a los cosacos les gritan que tienen esposos, padres y hermanos muriendo en el frente mientras que allí, en Petrogrado, estaban soportando hambre, toda la carga de trabajo, abusos y humillaciones. Al mismo tiempo, apelaban a sus sentimientos recordándoles que ellos también tendrían madres, esposas e hijos-as, explicándoles a continuación que exigían pan y el fin de la guerra.

A raíz de esta iniciativa de las mujeres, los cosacos se replegaron sin llegar a intervenir contra la multitud. El 27 de febrero (12-M), los y las manifestantes habían quemado varios edificios oficiales y arrancado las banderas zaristas, controlando los depósitos de municiones y liberando a los presos y presas. Tres días más tarde, abdicaba el Zar Nicolás II y se creaba un gobierno provisional. Había triunfado la primera Revolución rusa.

Algún tiempo después, Lenin en una conversación con Clara Zetkin comentaba: “En Petrogrado, aquí en Moscú, en otras ciudades y centros industriales, las mujeres actuaron espléndidamente durante la revolución. Sin ellas no habríamos salido victoriosos. Ésa es mi opinión. ¡Qué valientes fueron y qué valientes son!”.

Las conquistas de la mujer en la Revolución rusa

Las mujeres también volvieron a desempeñar un destacado papel en la Revolución de Octubre, contribuyendo en buena medida a su organización y desarrollo. Con el triunfo de la Revolución soviética, las mujeres de los pueblos de Rusia conquistaron derechos que hasta entonces la mujer no había logrado en ningún Estado capitalista.

Se estableció la igualdad ante la ley de la mujer y el hombre. Se reconoció el derecho al divorcio, a la petición de una cualquiera de las partes. También se reconoció la igualdad de derechos de todos los hijos, nacidos tanto dentro como fuera del matrimonio legalizado. Se despenalizó la homosexualidad. En agosto de 1919, las mujeres militantes del partido bolchevique crearon el Zhenotdel, un organismo dedicado a trabajar especialmente entre las mujeres (trabajadoras, campesinas y amas de casa) en las difíciles condiciones de la guerra civil. En noviembre de 1920 se legalizó el aborto, cuando éste estaba penalizado incluso en los países capitalistas más desarrollados.

Una de las mayores conquistas fue el programa de Seguro de Maternidad diseñado e impulsado por la propia Alejandra Kollontai y que consistía en: ocho semanas de licencia de maternidad plenamente remunerada, recesos para la lactancia e instalaciones de descansos en fábricas, así como servicios médicos gratuitos, antes y después del parto. Bajo la dirección de la doctora bolchevique Vera Lebedeva, se desarrolló toda una red de clínicas de maternidad, consultorios, estaciones de alimentación, enfermería y residencias para madres e hijos-as.

Aquella fue una época de intensos debates y de experimentación, donde la emancipación de las mujeres, la liberación sexual y la transformación de las relaciones personales se consideraban como parte integrante de la lucha por la construcción del socialismo. Pero para llegar a ese punto, había que conquistar para las mujeres la igualdad plena, no solo ante la ley, sino, sobre todo, ante la vida y ello también implicaba liberar a las mujeres de la carga del trabajo doméstico.

Es por ello por lo que, a pesar de lo que defiendan hoy día algunas corrientes feministas, empeñadas en disociar el patriarcado del capitalismo y la lucha por la liberación de la mujer de la lucha por el socialismo, el conjunto de las mujeres, hoy como ayer, están objetivamente interesadas en impulsar la revolución.